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Una empresa de mezcal que nació de una pregunta diferente
La historia de Bikini Mezcal empezó con una charla, no sobre el agave, sino sobre la estructura. No sobre las vasijas de barro, sino sobre la escala. Tres socios se juntaron y se preguntaron:
¿Qué se necesita para hacer un mezcal que realmente funcione?
No solo en concursos de cata, sino también en discotecas. En hoteles. En las tiendas de regalos de los aeropuertos. En manos de clientes que publican, comparten y se lo llevan a casa.
Así que creamos un mezcal de calidad superior que cumple todos los requisitos tradicionales (tostado en foso, Espadín, certificado por la NOM) y luego creamos una marca que se vende sola.
Esto es lo que nos propusimos conseguir y cómo lo logramos:
- Queríamos que la botella fuera nuestro presupuesto de marketing.
- Lo conseguimos poniendo el diseño visual en el centro de nuestro gasto, para que los compradores no tuvieran que promocionar el producto. Se promociona solo.
- Queríamos crear una botella que nadie tirara.
- Lo conseguimos creando una botella que los huéspedes guardan, regalan y se llevan de viaje. Eso es diseño sostenible por comportamiento.
- Queríamos crear un tirón internacional, no un empuje.
- Hemos visto a gente llevarse botellas a casa, publicarlas en Internet y generar demanda en ciudades a las que aún no hemos enviado nuestros productos.
- Queríamos crear un producto que despertara la curiosidad, se compartiera y se pidiera para toda la mesa.
- Creamos una botella con forma de figura femenina esculpida y un bikini de silicona vestido a mano en 27 variantes de color.
Este no es un mezcal que susurra desde la estantería. Habla desde la mesa.